lunes, 8 de septiembre de 2008

Como saber que ya te encacaste nuevamente.

Sabes que una chica te gusta cuando te pasa la voz para ir al cine a ver Kung Fu Panda, y le dices que irás encantado, cuando bien es sabido entre los dilectos miembros de tu cada vez más reducido círculo de amistades que los dibujos animados te despiertan la misma letal indiferencia que, por ejemplo, los libros de Derecho, las recetas de cocina, o la atormentada vida de las tortugas de las islas Galápagos.

Sabes que una chica te gusta cuando le envías un mensaje de texto al celular y te pasas los siguientes minutos contemplando la pantalla de tu teléfono, esperando su respuesta, con una ansiedad solo comparable a la ansiedad que tuviste de Cachimbo, cuando –parapetado detrás de unas rejas, rodeado de borrachos– aguardabas nervioso los resultados (catastróficos) de tu examen de ingreso. Y de hecho sabes que ella te gusta cuando, al comprobar que su respuesta no llega, te empiezas a bombardear a ti mismo de mensajes de texto, con la única finalidad de comprobar que el sistema de telefonía móvil no se ha caído justo cuando más lo necesitas.

Sabes que una chica te gusta cuando una noche estás saliendo de la oficina muerto de hambre, con las glándulas salivales en ebullición por no haber almorzado, pensando en devorarte una hamburguesa con huevo montado, jamón y tocino, y de pronto recibes una llamada de ella preguntándote si te darías una vueltita por su casa, porque tiene ganas de verte. Como el corazón tiene la capacidad de neutralizar al estómago (igual que la piedra a la tijera en el yan–kem–po), reprimes el hambre de prisionero de guerra que te marea, y cambias de dirección, con tal de ir, verla y oírla hablar de cualquier cosa: la universidad, el futuro, el fin del mundo, la inflación. Lo que sea.

Sabes que una chica te atrae cuando, luego de oír de su boca una frase medianamente prometedora, empiezas a sonreírle a todo el mundo. Les das monedas a los mendigos en las esquinas; les compras caramelos a los huérfanos; dejas que la chica que te atendió en el Grifo se quede con el vuelto. Te sientes un hombre de bien porque a ella, aparentemente, le gustas. Apenas te ha dicho que eres “lindo”, pero para ti esas dos sílabas gozan de una potencia estereofónica sobre la que se erige tu autoestima y extraordinario buen humor. En vez de caminar por la calle, bailas. Te trepas en los postes como un Fred Astaire fuera de forma, saltas juntando los tacones en el aire, les pellizcas los cachetes a los niños gorditos y les cedes el lugar a las señoras en la cola del banco. Pareces un mimo huevón que no tiene otra cosa que hacer que contagiar su estúpida felicidad a los demás. Pobre mamerto. No sabes que el día que ella te diga que no quiere verte nunca más, el mundo te parecerá el Infierno mismo. Si ese día maldito, a un anciano quebradizo se le ocurre la mala idea de pedirte que por favor le ayudes a cruzar la calle, ay de él: lo mirarás con odio, lo mandarás al diablo, y no contento con ello lo golpearás con su propio bastón hasta lesionarlo y dejarlo tirado en la acera como una envoltura de galleta.

Sabes que una chica te está volviendo un tanto loco cuando, en pleno trabajo, cuando el caos de la oficina está en su punto más álgido, cuando los chicos que trabajan contigo te revientan el teléfono para darte, responsablemente, los últimos reportes de sus comisiones, y tú –hecho un huevas– no les contestas, porque estás navegando por Internet, leyendo la más inflamada poesía amorosa, sin quitarte los audífonos, a través de los cuales escuchas, una y otra vez, una canción tan formidablemente meliflua como “Mandy” de Barry Manilow

Sabes que una mujercita te gusta más de lo debido cuando te metes a su perfil del Facebook e inviertes horas de horas en escudriñar sus fotos, leer con detenimiento su perfil, y buscar algo de información útil sobre sus gustos, sus preferencias y, sobre todo, sus amigos. Tienes que contestar mails urgentes, tienes que diseñar páginas para la edición del día siguiente, tienes que preparar tus clases de la semana, y sin embargo estás ahí, atrofiado, mirando –pixel por pixel– la sonrisa estática de la chica que se te ha metido en el cerebro como un imperceptible virus africano.

Sabes que una chica te vacila (¿alguien recuerda al puma rodriguez???)cuando al momento de vestirte para salir con ella por primera vez (o sea, antes de la primera cita oficial) recuerdas un comentario suyo: “me encanta cómo le queda la chalina a los hombres”; y empiezas –desaforado– a buscar una chalina por todos los rincones de tu casa. Abres los clósets reservados a la ropa vieja, te zambulles en un océano de prendas guardadas por años, y ahí, ahogándote con el olor a polilla muerta, rescatas una chalina de la década pasada, cuyo diseño está completamente fuera de onda. Te la atas al cuello creyéndote muy dandy, sin saber que lo primero que la chica te dirá al verte es: “sácate eso que te pareces a mi papapa”.

Sabes que una chica te gusta cuando, antes de darle el encuentro, acaso intuyendo que existe una micro posibilidad de robarle un beso, te cepillas los dientes con inusual frenesí, repasándote una y otra vez el hilo dental por los escondrijos más inaccesibles de tu boca (ahí, entre la endodoncia y la caries), y sorbiendo verdaderos ‘shots’ de Listerine para evitar que ella perciba el más mínimo rastro del olor de la pantagruélica Chita al Ajo arrebozada que te empujaste a la hora del almuerzo.

Sabes que ella te gusta cuando te pide que la acompañes a un concierto de New Heavy Punk en una taberna oscura, y tú –que eres un discapacitado para apreciar los alaridos de que está hecha esa música salvaje, y sientes claustrofobia en esas ermitas underground– no solo la acompañas ‘feliz de la vida’, sino que durante las interminables dos horas que dura el martirio auditivo mueves los pies, tamborileas la mesa y haces la finta gestual de que estás disfrutando plenamente el acontecimiento musical.

Sabes que una chica te está metiendo en problemas sentimentales cuando, durante una luz roja, te quedas mirando un punto fijo (un cartel publicitario, un edificio, una nube), abandonándote al bobo ejercicio de la ensoñación, mientras los apurados conductores detrás de ti tocan el claxon, y te empapelan de iracundos insultos entre los que destacan ciertas alusiones escatológicas que tienen a tu señora madre como perjudicada protagonista.

También sabes que una mujer te gusta cuando te levantas por la mañana y es en ella en lo primero que piensas. Y mientras te desperezas evocas su nombre, y al pronunciarlo te da la impresión de que se trata del nombre más bonito del mundo. No importa que sea Gertrudis, Josefa, Ruperta o Teófila. Cuando alguien te gusta, su nombre rezuma, hiede y expele una extraña belleza etimológica.

Sabes que una chica te gusta cuando, haciendo menoscabo de tus ideas y convicciones supuestamente más arraigadas, empiezas a torcer tus opiniones con tal de calzar en el imaginario que ella va delineando en sus conversaciones. Si ella dice que le gusta el campo más que el mar, pues a ti, de pronto, también te gusta (aunque odies a los mosquitos, aunque tengas alergia al polen y aunque el contacto con las plantas te saque roncha). Si ella cuenta que acude a Misa puntualmente todos los domingos y que le gusta hacer obras sociales en los Conos de la ciudad, tú desempolvas tus lecturas de catequista reprimido y sacas a relucir el lado menos marchito de tu catolicismo abandonado. Y si ella dice que su comida preferida es el ‘sushi’, pues tú la llevas a un restaurante de comida japonesa y tragas todos los ‘rolls’ que ella te da de comer, uno tras otro, sin importar que los langostinos te produzcan picosas hinchazones cutáneas, amén de horribles accesos de asma.

Sabes que te gusta una chica cuando empiezas a considerar que la colombiana Shakira no canta tan mal después de todo, porque una de sus canciones era la que sonaba de fondo en el taxi mientras ella accedía a darte el primer beso.

Sabes que te encanta cuando has quedado con ella en encontrarte en un lugar a las, digamos, 9 de la noche, y todo el puto día se te pasa lentísimo. Miras el reloj compulsivamente, haciendo fuerza mental para que el minutero se mueva a mayor velocidad. La expectativa te mantiene intranquilo, inquieto. El tiempo avanza como una procesión. A falta de solo una hora para las 9 de la noche simplemente ya no puedes más con tu alma. Será la hora más larga de las muchas que has vivido y de las muchas que te tocará vivir.

Sabes que te gusta alguien cuando te importan una mierda las tradicionales pichangas de fulbito de los miércoles, las inter diarias charlas nocturnas con el ilustrador de tu blog, o todo lo que antes ocupaba tu tiempo libre. Ahora solo quieres estar al lado de ella. Y si uno de tus mejores amigos te llama al celular porque necesita ayuda, y al hacerlo interrumpe un momento íntimo, pues lo mandas al carajo sin la menor culpa. Y si tú mismo organizas una esperada reunión de patas que no se ven hace lustros, pues la desbaratas si ella te llama para sugerirte hacer algo juntos.

Sabes que una chica te gusta cuando crees que Lima es una mejor ciudad solo porque ella vive ahí. Tú –que siempre despotricaste contra el tráfico, el frío, el cielo color cemento barato, la basura, la gente mañosa y cínica– ahora estás fascinado con vivir aquí, y no pasas una noche sin agradecerle a Dios (de quien te has vuelto un hincha acérrimo) por haberte permitido que ella nazca en estas hermosas latitudes geográficas.

Sabes que una chica te interesa cuando, a pesar de tus veite y algo años y de tu retórica experiencia en estas lides, asumes con ella el correoso comportamiento de un adolescente, y dejas de ser un hombre aplomado que se mueve con talento para convertirte en un alfeñique carcomido por las dudas.

Por último, sabes que una chica te gusta un montón cuando pierdes cerca de dos horas en elaborar una pormenorizada lista de situaciones que te demuestran que te gusta. Escribes un texto sobre eso y lo cuelgas en tu blog, cruzando los dedos para que ella lo lea pronto, se emocione, se encabrite y te pegue un telefonazo (o te ponga siquiera un mail) para decirte cuánto le gustas tú.

Pregunta obligatoria para los lectores: ¿cuándo saben ustedes que alguien les gusta? Quizá sus indicadores sean más precisos que los míos.