lunes, 25 de agosto de 2008

Ciudadania y Politica



Recientemente releí La Política de Aristóteles con la intención de recuperar la significación clásica del concepto ciudad (polis) y su relación con la política. Esta inquietud casi teórica es resultado de una situación muy pragmática que me preocupa: cómo mejorar el ejercicio de la ciudadanía en los sistemas democráticos representativos y participativos haciendo compatible la pluralidad y la diferencia (visible a raíz de los procesos de globalización) con la justicia y la libertad. Este reto pone a prueba el “ideal democrático” y permite evidenciar que la vida democrática, entendida en un sentido pleno, no es exclusivamente un mecanismo para universalizar el sufragio o un procedimiento para la toma de decisiones políticas.

Tocqueville ya auguró que el riesgo de las democracias contemporáneas consistía en la posible fractura entre la “élite política” (lo que él llamaba el aparato tecnoburocrático del Estado) y la vida real de la ciudadanía. Este riesgo se acentúa actualmente ya que se polarizan una serie de cleavages sociales como lo global y lo local, la modernidad y la tradición, la competitividad y la igualdad de oportunidades… que tienen consecuencias territoriales, lingüísticas, culturales ideológicas etc.

Estas tensiones son positivas, en gran parte, porque permiten la transformación y el avance de la humanidad; de sus formas de organización y vertebración. Pero a la vez, como contrapartida, pueden generar aspectos negativos como la creciente proliferación de ciudadanos que viven en sociedad pero mantienen una razón política apática.

Esta preocupación es la que me llevó en primer lugar, a releer a Aristóteles y en segundo lugar, a escribir este artículo. Este ejercicio, casi filosófico, me dio algunas pistas que creo importantes para hacer frente al desencanto o astenia política de la ciudadanía. Es fundamental aprender del dinamismo y vitalidad de la Polis griega, de la ciudad como comunidad dónde el conjunto de ciudadanos y ciudadanas están unidos en el compromiso de desarrollar una praxis racional y política que se resumiría en una participación activa, creativa y responsable en los asuntos de su ciudad. Esta manera de entender la ciudadanía no presupone una participación per se y constante así como tampoco la pérdida de la individualidad frente a cualquier requerimiento de la colectividad social si no que es una manera de entender y ser parte de una comunidad política en la que encaja perfectamente la autonomía moral e ideológica del individuo con la virtud cívica de éste como ciudadano/a.

En definitiva, retomando la frase célebre y popular del maestro Aristóteles somos animales sociales (zôon politikón). Este planteamiento me lleva a reivindicar la necesidad de fortalecer nuestra virtud cívica individual y colectivamente. En este viaje creo que es fundamental la predisposición de la “clase política”. Debemos contribuir activamente en la creación de una cultura democrática “viva” que capacite a la ciudadanía en el ejercicio de juzgar a la política, valorar la acción de gobierno y a la vez motivarla para que se implique en los asuntos públicos y en la construcción de un compromiso cívico y responsable. Esta tarea apasionante empieza en las ciudades y revierte en las conciencias individuales o viceversa.