miércoles, 21 de abril de 2010

SE ACABO?

Articulo original: http://ow.ly/1BvFC

¿En qué momento se había jodido todo?, ¿a dónde se fueron las palabras de amor y los ruegos de Inés de "no me dejes nunca, por favor"? Martín no solo había perdido a su princesa. Con ella se le extravió la felicidad, se le congeló el amor, y en su alma se alojó una nostalgia que hasta hoy parece ser perpetua.

Martín era un muchacho soñador y noble que siempre se nutrió de libros, películas, y aprendió de canciones, de esas que abundan en Quilca. Inés se enamoró de él y de su mundo encantador. La envolvió en una realidad que ella siempre desconoció, la atrapó, la cautivó, y se convirtió en la mejor compañera que aún añora.

Jugaban a ser esposos, paseaban de la mano por el parque El Olivar, en San Isidro, donde él le confesaba que estaba orgulloso de tener como enamorada a la chica más linda de todas. Se entregaban a ese profundo deseo de estar desnudos amándose. Conversaban hasta el hartazgo de sus planes cuando vivieran juntos con hijos, muchos hijos, y sobre las historias de él cuando estudiaba en San Marcos y fundó la Trinchera Norte. Creo que la única competencia que tenía el amor de Inés era con la adorada U de Martín. También creo que después de Inés, él nunca más volvió a estar en la cama con una mujer a la que amara tanto como a ella. Sus nuevas relaciones solo servían para confirmar que, aunque sea muy viejito, siempre amaría a aquella princesa de los días gloriosos.

Cuánto hubiera querido Martín eternizar esos instantes al lado de su Inés, a la que una vez le regaló un polo en el que se leía: Te amo√-1 mi amor es irracional. Un poema de Luis Hernández.

Pero, vinieron tiempos difíciles, Inés cambió. En palablas de Pablo Milanés: el tiempo pasa y el amor no se refleja como ayer. Las conversaciones se convirtieron en discusiones y la distancia le declaró la guerra al amor de Inés y Martín. La sonrisa enamorada de ella se le desdibujó del rostro y el pequeño mundo que habían construído se desvaneció. Lo único que no cambió fue el amor imperecedero de Martín a su querida Inés.

Él cumplió la promesa, que se hizo asímismo, de no buscarla más, de no caminar por los lugares donde ella podía estar. Temía y, aún teme, encontrarla de la mano de otro hombre. De esa delicada mano que le regaló mil caricias mágicas de amor.

Nunca la olvidó, por el contrario, su recuerdo aún está tatuado en su corazón. Pero, no supo nunca más de Inés durante dos años.

Un día, de esos aciagos días que se convierten en imborrables, Martín miraba un partido de fútbol en la tele y sonó el teléfono.

-¿Aló?

-Hola, Martín. Soy Inés.

Martín tembló. Los latidos de su corazón se hacían más intensos.

-Estaba viendo el Mundial y me acordé de ti.

¿Es tan fácil llamar, después de tanto tiempo, sin pensar en que podemos moverle el piso a esa persona que nos esperó siempre?

Volvió a escuchar esa vocecita que tanto había extrañado en las eternas noches de soledad.Quería verla, amarla otra vez. Ir corriendo a sus brazos.

La conversación duró pocos minutos pero intercambiaron correos.

Martín corrió a contarme feliz el retorno de su antigua compañera, y llamó a la mejor amiga de Inés para que le diera señales del súbito retorno. Acaso, deseando que le respondiera: porque te ama y nunca se olivó de ti. Nadie la volvió amar como tú.

Pero recibió una dolorosa noticia.

Ví a Martín caminar hacia mí, temblando y con los ojos enrojecidos.

-Inés tiene un hijo de un año.

Se mordió el labio, cerró los ojos, y las lágrimas cayeron sobre su mejilla.

No sabía qué mierda decirle. Solo cogí su hombro fuertemente y lloré con él.